jueves, 16 de marzo de 2017

Discurso de Uslar


TOMADO DE ARTURO ÚSLAR PIETRI, ORACIONES PARA DESPERTAR, CARACAS: MONTE ÁVILA EDITORES LATINOAMERICANA, 1998., A LOS MILITARES VENEZOLANOS

Transcripción de las palabras dichas en el Auditorio de la Academia Militar en la ocasión de recibir la Condecoración «Orden Militar de la Defensa Nacional», el 27 de agosto de 1991.

Con profundo agradecimiento y dándole todo su valor, recibo hoy esta condecoración que la generosidad de los Jefes del Ejército Venezolano ha decidido atribuirme, y que yo recibo con sincera gratitud como un sello más y una comprobación más de mi indeclinable voluntad de servicio a la gran causa de esta Patria de todos, que tanto merece y a la que tanto estamos en deuda por hacer por ella.
Debo decirles que yo no me siento extraño ni entrometido en esta Casa de los Soldados Venezolanos. Mi bisabuelo paterno, el entonces coronel Juan Uslar, vino a Venezuela en 1818, con doscientos voluntarios ingleses y alemanes, a poner sus espadas al servicio de la Independencia del país y a las órdenes de Bolívar. En esa condición concurrió como jefe de la retaguardia a la Batalla de Carabobo. De modo que tuvo el insigne honor de que su carta de naturaleza de ciudadano venezolano quedara sellada con el plomo de Carabobo. Abundaron en mi familia los militares. Mi abuelo paterno, Federico Úslar, tuvo una actuación destacada en las lamentables y negativas luchas de la Federación. Mi abuelo materno fue el doctor y general Juan Pietri, hombre de gran capacidad intelectual, de apasionada dedicación a su Patria, con una afición de grandeza que topaba y contrastaba con la pequeñez taimada de los hombres con que le tocó actuar, que se había formado en las mejores universidades de Francia y que fue el nervio, el espíritu y la dirección intelectual de lo que se llamó la «Revolución Legalista» de 1892. Mi padre, Arturo Uslar Santamaría, a los 18 años entró en la Escuela Militar de la época, que era la guerra, y dedicó su vida a este empeño. Tuvo siempre gran orgullo de su condición de soldado, guardó con mucho respeto y afecto su viejo sable de oficial y, en las conversaciones familiares, hablaba con admiración y con afecto de aquellos viejos soldados de las guerras civiles con los que le tocó servir o contra los que le tocó combatir. De modo que por eso no me siento extraño en esta casa. Vengo de una herencia de soldados en mi familia y esto hace que, más allá de la comprensión histórica, sienta cierta identificación de la sensibilidad y del sentimiento.

Quiero decirles que no solamente me siento complacido por todos estos motivos de esta ofrenda sino, además «porque es hora de decirlo», es mucho lo que la democracia venezolana le debe a las Fuerzas Armadas Nacionales. No quiero con esto hacer un elogio global. Ha habido fallas. Ha habido unos hombres mejores que otros, pero en su conjunto esta democracia que tenemos, con todas las insuficiencias, ha sido posible y es posible no por la actitud pasiva y sometida de las Fuerzas Armadas, sino por la actitud voluntaria de cooperación y de fe en la causa democrática de Venezuela. Eso ha permitido que en estos treinta y tantos años la democracia venezolana no haya corrido mayores riesgos de ese lado en que tantos riesgos han corrido en toda la América Latina. Ese honor y ese reconocimiento lo merecen los soldados venezolanos, y yo me complazco en tributárselos aquí.

No podría yo venir solamente a decir un discurso de gratitud. La hora del país es importante, los problemas que nos asedian son grandes, las necesidades de soluciones inteligentes son múltiples y el mundo está cambiando ante nosotros de una manera espectacular y difícil de abarcar. Las cosas que están ocurriendo parecen pertenecer a la fantasía. Nos ha tocado presenciar en estos últimos cuatro o cinco años cosas inauditas: desintegrarse y caer el régimen soviético, derribarse el Muro de Berlín sin disparar un tiro, oír que el jefe supremo político de la Unión Soviética disuelva y declare ilegal el Partido Comunista, ver desaparecer, como por «arte de magia», aquella condición de bipolaridad que mantuvo por casi medio siglo al mundo en la angustia del holocausto nuclear.

Hemos entrado en un nuevo tiempo de inmensas posibilidades, que mal entendemos, que mal vemos, que nos cuesta trabajo realizar y medir en sus verdaderas dimensiones, y que a un país como Venezuela le impone nuevas reflexiones, y que a las Fuerzas Armadas Nacionales le impone igualmente la necesidad de lo que yo pudiera llamar una revaluación, un repensar de su misión y de su papel.

Es muy posible —está en la lógica misma de los hechos— que en los años venideros y por mucho tiempo la amenaza de una agresión militar externa hacia Venezuela disminuya hasta casi desaparecer. De modo que la misión puramente defensiva frente a la amenaza exterior va a perder importancia. No va a desaparecer, desde luego, pero no va a significar esto que la importancia de las Fuerzas Armadas en la vida nacional tenga que disminuir. Yo creo que puede aumentar y creo que puede enriquecerse con muchas otras responsabilidades y tareas que están llamadas a desempeñar.

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El país vive una época difícil económica, financiera, social y política. Son muchos los errores que hemos acumulado, son muchas las necesidades de rectificación y cambio profundo que tenemos por delante. Es mucha la necesidad de un voluntariado nacional para enfrentar los múltiples aspectos de la crisis que nos amenaza y nos rodea. En esa gran empresa las Fuerzas Armadas Nacionales tienen una misión importante. Esa misión consiste en volverse más hacia adentro que hacia afuera. Ya no es tanto el riesgo, afortunadamente nunca realizado, de una agresión militar venida de fuera contra nuestra soberanía pero, en cambio, en este momento hay grandes riesgos dentro del país con respecto a lo que pudiéramos llamar la soberanía interna, el reino de las leyes, la seguridad, la fiabilidad del destino, la esperanza razonable de que vamos hacia un futuro mejor, la necesidad de corregir a fondo muchas cosas, y en esa empresa difícil, que pide y exige una gran voluntad de servicio de todos los venezolanos, los hombres de las Fuerzas Armadas Nacionales tienen un papel irreemplazable.

Se han formado con un ideal de servicio. Tienen una vocación de servir a la Nación, viven sobre unos valores que, con todas las deficiencias y las fallas de individualidades inevitables, se han mantenido a lo largo del tiempo y los caracteriza en el fondo a todos. Puede que pequen pero saben que pecan, mientras que afuera hay quienes pecan y no saben que pecan.

Ese papel que pueden desempeñar las Fuerzas Armadas Nacionales es muy grande. Ese papel está enriquecido en este momento con estas nuevas posibilidades que este nuevo mundo que está emergiendo nos ofrece. Tenemos que asegurar la soberanía interna amenazada por el narcotráfico, amenazada por la impunidad de las invasiones pacíficas. Tenemos que salvar la heredad. Tenemos que preservar el legado histórico. Tenemos que dar casa segura, ambiente de paz, posibilidad de crecimiento a todos los venezolanos, a los de hoy y a los de mañana. Tenemos que crear un ambiente de trabajo en el país y un ambiente de seguridad que no tenemos. No podemos seguir estando abiertos a las invasiones pacíficas e innominadas, que hacen que los avances del equilibrio social se hagan cada día más difíciles y que la realidad de las fronteras desaparezca, que nos pone a la merced de todos los aventureros de todas las especies, desde el narcotraficante hasta el «garimpeiro», que quieran penetrar en el país y hacer a su guisa lo que deseen. Es una empresa de servir al país, de servir al país con el mismo sentido que hasta ahora han mantenido, de servir al país para una democracia efectiva y digna de ser vivida, para darle un destino digno de ser vivido a todos los venezolanos. Y en esa empresa las Fuerzas Armadas Nacionales tienen un papel muy importante que realizar. No pueden reducirse sencillamente a estar presentes para esa emergencia internacional que felizmente va a ser más remota e improbable cada día. La desaparición de la bipolaridad en el mundo plantea en nuevos términos las relaciones internacionales. Está surgiendo un mundo multipolar en el que la rivalidad armada va a descender, un mundo en que el papel de la guerra va a ser más escaso y más difícil, un mundo de competencias tecnológicas, económicas y científicas, un mundo en el que el juego del poder se va a realizar en otros tableros y con otro sentido.

Pero los problemas internos del país van a seguir creciendo en ese mundo. El reservorio de voluntades y el capital humano que Venezuela tiene en los hombres de sus Fuerzas Armadas debe ser utilizado y aprovechado para enfrentar esa lucha, para ayudar en ese combate, para llevar ese espíritu de servicio, esa formación disciplinada, esa fe en los grandes principios a apoyar y afirmar la empresa de Venezuela.

No creo que esto constituya ningún peligro para la democracia venezolana. Las Fuerzas Armadas Nacionales han demostrado hasta la saciedad su condición democrática y mantienen una actitud ejemplar de respeto al poder civil. Han tenido en múltiples ocasiones, algunas de ellas muy dramáticas, la oportunidad de demostrarlo y lo han demostrado. El país no tiene por qué desconfiar de los venezolanos que visten el uniforme y, lejos de desconfiar de ellos, tiene que contar con ellos. Hay allí una gran reserva de voluntades, de capacidades, de vocación de servicio que debe ser aprovechada en la gran empresa de hacer una Venezuela mejor.

Es esto lo que tendríamos que repensar todos los venezolanos. Nos cuesta mucho trabajo a los hombres evadirnos de los prejuicios, revisar las ideas recibidas, repensar con libertad las cuestiones, los problemas y las alternativas, pero las circunstancias del mundo nos piden a los venezolanos de hoy hacer ese esfuerzo, y en la medida en que lo sepamos hacer vamos a garantizarle un futuro mejor a nuestro país. En la medida en que los prejuicio, las torpezas, las pequeñeces que nos han dominado prosigan, condenaremos a Venezuela a seguir perdiendo oportunidades y ocasiones para realizar en su plenitud el gran destino que este país ha tenido prometido siempre y alcanzar el gran destino que merece por los hombres que ha producido y que sigue produciendo.

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